Mañana tenéis que traeros un objeto de vuestra casa, que os recuerden algún buen momento.
Así acabábamos la sesión del taller de historias de vida fáciles con personas con discapacidad intelectual.
Al día siguiente, yo rebuscaba entre los cajones, donde cientos de objetos me pedían ser ellos los protagonistas del recuerdo, de los recuerdos. Debo reconocer que soy mucho de guardar cosas, según parte de la gente que me rodea, demasiado.
El reloj del salón marcó la hora en punto. Miré mi móvil. Si no salía ya, llegaría tarde.
Corriendo cambié mi ropa de estar por casa por una más abrigada. En la calle llovía intensamente.
Cogí la mochila, la gorra, las llaves… A la tarde terminaría de buscar y decidirme por un objeto. Dejé, eso sí, todo recogido, cualidad casi recién adquirida.
Por un instante pensé en el chubasquero pero, en el último instante, elegí la chaqueta de cuero. La cogí del armario y me la puse. Lleva meses ahí metida, pensé mientras me la ponía.
Cogí el paraguas, cerré con llaves y al meterlas en el bolsillo, allí estaban, las entradas del FINOS (Festival de Narración oral de Sevilla) del año pasado. Ahora comprenderéis eso de acumular que os explicaba antes.
Los recuerdos comenzaron a dibujarse en mi cabeza. Cuantos Finos vividos juntos, siendo el primero el preludio del día en el que empezó nuestro camino como pareja.
Llegué a casa de mis padres unos minutos antes de que Eva llegara.
Nuestra casa siempre es un gran baúl de recuerdos. Muchas veces, esos recuerdos son como tesoros que parecen esconderse hasta que cambias de hogar diario y entonces pide su sitio y reaparece, de pronto.
Mientras me cambiaba en mi antiguo cuarto, miraba a un lado y a otro viendo miles de esos tesoros. El tesoro que había descubierto en mi casa, dormitaba en el bolsillo de la chaqueta, sabiendo su turno.
Eva llegó y comimos entre charlas que se entremezclaban.
Mis padres, los padres en general, son linternas que iluminan muchos recuerdos, y en ocasiones, con el objeto que los desata.
La tarde vino tras un rato de descanso.
Mientras caminaba hacia el metro, metí la mano en el bolsillo y el tesoro de las entradas me volvió a saludar alegremente, retomé los recuerdos de lo desenredado tras ese primer FINOS, ocho años ya, mucho vivido, mucho aprendido.
El ordenador me absorbió al llegar a casa, los recuerdos reposaron su digestión.
En mitad del trabajo de pantalla, miré la hora, esta vez iba sin prisas. Me vestí tranquilamente y fui hasta el metro a recoger a Eva. Apenas tardo unos minutos.
Nada más montarse en el coche le dije: Ya sé que voy a llevar mañana a la sesión y qué les voy a contar.