Mi niño malito

Sentada enfrente, esquivo su mirada y veo reflejada mi cara mañanera en la ventanilla de un vagón que recorre el subsuelo de mi ciudad. Estos últimos días, de estos últimos meses, de este ultimo año, disfruto mucho del transporte público. Lo han puesto muy barato, y solo ese motivo me invita a dejar el coche aparcado. Las medidas sociales me gustan, me encantan.

Ella se ha levantado, como cada día, con dolor de espalda. Sus cincuenta años le pesan. Se levanta contenta, sin embargo. Pone su emisora de radio en la cocina mientras desayuna y se pone al día de lo que ocurre a su alrededor. Se toma un Nolotil y coge todo lo necesario para marcharse a trabajar.

De camino a la casa donde limpia, hace más de veinte años, hace un repaso de todo lo vivido el último mes, el último año. Respira aliviada de que, por fin, las aguas vuelven a su cauce. Y sonríe. Una sonrisa limpia, hermosa. Sentada enfrente, no esquiva mi mirada, y mientras habla por teléfono con su amiga confidente, me sonríe. Yo le sonrío también. Y vuelvo a mi ventanilla.

Madre de tres hijos, dos en paro y uno malito, viuda de un hombre que la maltrató hasta que desapareció del mapa, trabaja mucho, como una mula, pero muy orgullosa de su vida. Todos la quieren porque no oculta nada ni tiene maldad. Porque lo único que quiere es poder ayudar a sus hijos y vivir con ilusión y sin trampas ni deudas.

Se siente afortunada por trabajar con buenísima gente, su jefa, su segunda familia, que en este mes pasado le ha aguantado lo más grande.

Porque ha tenido problemas con sus dos hijos mayores que han perdido su trabajo y han vuelto a vivir con ella, con su padre que ya por fin descansó, pero que ha estado luchando con una enfermedad siete meses. Con su madre que tiene demencia desde hace diez años…

Yo, en un acto reflejo que tenemos los seres humanos, de escapar de tanta desgracia, y más en desconocidos, miro a otros pasajeros, pienso en las cosas que tengo que hacer ese día. Pero esta mujer me tiene atrapada, desde que ha dicho su niño malito. Me siento cotilla, indiscreta. Hoy la intimidad se pierde con los móviles. parece que me escucha. Al terminar con su amiga confidente, empieza conmigo y esta vez las miradas se cruzan y se quedan

Me cuenta que el niño, que en realidad no es tan niño porque tiene 40 años, la trae loca, no habla, no entiende, bueno, solo lo que le interesa, y le da más jaleo que ninguno. Que es su sombra, nada más que quiere con ella, claro, su madre. Que ahí estará esperándola, no le deja vivir, pero niña, que es lo mejor que le ha pasado en la vida. Ella llega, él la ve, le da un abrazo y se le quitan todos los males.

Uy, aquí me bajo. Y tal cual desaparece.

Llega mi parada y me bajo también. Agradezco el sol de primavera. Un atiburrillo de pensamientos se agolpan en mi cabeza de cómo será, de cuales serán sus capacidades. Me da coraje no haber seguido hablando con ella y poder explicar todas las teorías que tengo al respecto, las ayudas que existen y cómo no, contarle mi experiencia con las personas con discapacidad, que no están malitos, simplemente tienen capacidades diferentes, que sí entienden de otra manera, en fin…

Pero ahí me quedo, con todos mis conocimientos, aprendiendo una vez más, de la sencillez y que lo único realmente importante es el corazón, y esa super capacidad que tenemos todas las personas, que está por encima de cualquiera, de amar.

Llego a mi trabajo y doy gracias infinitas por tenerlas tan cerca.

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