[Ilustración de mi querida Mónica Carretero]
Me doy cuenta de que la vida empieza hoy, otra vez.
Principio de curso de todo. Locura frente a calma veraniega.
Me impongo: la obligatoriedad de planificar y ser conscientemente consciente de todo lo que tengo que hacer. Más o menos, pocos o muchos, necesarios o elegidos, duermo mejor si hago una lista de objetivos que cumplir y rutinas a las que volver. Mirar lo del alquiler, cambiar de médico, ir al taller, renovar certificado, comer sano, hacer ejercicio, hacer el curso de organizar mi vida y la de los demás, rellenar el calendario con las citas ineludibles.
Pongo papeles sobre la mesa, reseteo mi disco rallado, apunto notas, preparo mi mochila. Siento la necesidad de buscar las constantes de mi vida, mi familia, mi pareja, mis amigos, mi hogar, mis valores vitales, mi esencia. Todo lo demás es cambio, oportunidad, efímero. Tengo que cumplir eso de decir lo que pienso, sin pensar demasiado lo que digo, no vaya a ser que luego haga, lo que ni digo, ni pienso, ¡ojo! No puedo dejarme llevar por el pesimismo o desaliento que devora al mundo. Ir a muerte con la idea de que no todo está tan mal y hay otra forma de construir.
Psssss. Tranquila. Me relajo
Ahora pienso: que puedo ser muy feliz, y lo soy, viviendo como vivo y reconciliándome con lo que ya pasó, en esa creencia natural de que mi identidad se basa en mi memoria. Quiero celebrar detalles, construir motivos, crear horas divertidas, ahuyentar esperas incómodas, disfrutar de mi tiempo que sí es oro puro, mirarte a la cara y darte un besito, cuidarte si me dejas. Creerme, sin mentiras ni justificaciones, de verdad, de corazón, que eres igual que yo y que mi supuesta inteligencia, formación o autocreencias de superioridad, no me hace mejor que tú. Quiero saborear y agradecer la vida.
Amanece. Me levanto aventurera, me tomo un cafelito y enciendo la radio. Las noticias me ponen en marcha. Mi actitud me pone las pilas.
Estos son mis planes y este viaje comienza de nuevo. Bienvenido Septiembre.